Melancolía, ese
agujero negro que a veces nos absorbe, como la miel que nos envuelve con su
dulce sabor. Sin saber si es pensamiento del sentir o sentimiento del pensar. Aquel
momento que marcó esa canción, ese atardecer, ese olor o ese roce del viento
que nos llevó a anclar una sensación que parece que siempre estará ahí, que no
se irá, aunque en realidad no sea así o pueda no serlo. Una sensación que
cuando aparece lo hace con una fuerza imparable que nos arrastra hacia esa zona
que delibera definirse entre dolor y placer, que quiere acogernos con la
dulzura de una espina que roza nuestra piel antes de clavarse. Clavarse de
nuevo. Porque aún sintiendo esa dulce sensación antes de pasar por la puerta de
esa emoción, ya sabemos lo que hay al otro lado. ¿Queremos traspasar esa puerta?,
¿queremos volver a sentir aquello?. Sintamos de nuevo lo que realmente hay al
otro lado entes de cruzar la puerta. Y si la cruzamos que sea para entender y
para resolver, no para revivir.
Que la puerta de la melancolía que nos llama,
nos lleve a la fortaleza de lo que nos enseñó aquello que vivimos. Y que digamos:
Vivido, sentido y aprendido.
¿Siguiente
lección?, la Vida.
F.J.B.
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