Dejarse llevar por
la apariencia que produce tu emoción.
Que la piel se torne
de gallina,
que los ojos se
empapen,
que la respiración
se acelere,
que la inevitable
sonrisa envuelva tu boca como un tornado
de placer,
que se frunza tu
ceño ante la extrañeza de ese crudo momento de realidad,
que los latidos de
tu cuerpo lo empujen hacia el movimiento no mental,
que la vida de tus
emociones sean el cuadro de tu liberación y no la oscura roca desgastada por la
quietud de tu ser.
Escuchar las
emociones de tu cuerpo para que éste sea el continente de tus emociones y no el
recipiente de tu ausencia.
Vivir todo lo que
sientes para que tu cuerpo no sea solo el sentimiento de lo que vives.
Escucha-te y
deja-te… SENTIR.